miércoles, 26 de mayo de 2010
Algo más sobre El Caín
El Caín es un pueblo de unos 300 habitantes, al sur de la Provincia de Río Negro. Sus habitantes son trabajadores del campo o funcionarios públicos en su gran mayoría. Existe un único teléfono, público, monedero. No hay señal de celular. El internet llegó hace poco únicamente a la escuela. Las posibilidades de comunicación con otros lugares son pocas, sumado a que no hay transporte colectivo para llegar.
Las casas son en su mayoría de adobe, con ventanas muy pequeñas cuando las hay. Suelen tener de aquellas cocinas de hierro a leña y también un fogón, como ellos dicen. En algunas casas hay también cocinas a gas, alimentadas por garrafas, porque el gas por cañería acá no llega. El frío obliga a estar adentro de las casas, alimentando las cocinas y estufas con leña permanentemente. La luz suele ser poca, a causa de las pequeñas ventanas y del color oscuro del adobe. No todas las casas tienen electricidad.
Cuentan que cuando nieva la cosa es aún más dura y que no es fácil salir. Hay quienes optan por pasar el invierno en otros lugares donde tienen parientes, como Viedma. La misma escuela tiene el período escolar de setiembre a mayo, para evitar los meses más duros. Comos muchos alumnos son del campo, los meses de vacaciones vuelven a sus casas y dicen que en el pueblo no queda casi nadie. Nosotros llegamos una semana antes de que las clases terminaran, por lo que aún se veían niños por las calles, andando en bicicleta.
Sin duda estos lugares alejados, fríos, tienen su propia impronta, su propio ritmo. La experiencia ha sido así distinta, novedosa, que nos obligó a salir y a luchar contra el frío. Una semana diferente.
miércoles, 19 de mayo de 2010
Maquinchao - El Cain
Dejamos nuestros días y nuestro corazón en Neuquén y llegamos a Maquinchao, en el centro de la provincia de Río Negro que una vez fuera "punta de rieles" de la linea Sur (vía de tren que va desde Viedma a Bariloche), tierra de mapuches y tehuelches, de turcos y criollos, tierra de pocos y tierra de todos.
En nuestra nueva casa nos recibieron las hermanas josefinas Zulema, amiga de Nacho y parte del equipo itinerante, María y Naty, y el padre Panchi de carisma claretiano. Ni bien bajamos del "colectivo" empezamos a sentir el frío intenso que nos heló hasta los huesos, no eran porque sí las advertencias que nos hacían antes de llegar. Aun sin entrar en invierno, la primera noche hizo -12 grados, por suerte tenemos nuevamente calefacción en nuestro pequeño cuartito de la capilla (nuestro hogar otra vez). Y a la segunda noche estuvimos más calentitos aun, excepto que hubo que pasarla en el hospital por un ataque de hígado que me dió pero al menos pudimos conocer de cerca la escasez de recursos y personas que hay en los pueblitos de la patagonia, que antes fueran grandes centros poblados en la época de oro de la lana.
Y de Maquinchao, pocos días después nos trajeron a El Caín. El nombre del paraje no tiene nada que ver con el personaje bíblico, más bien una deformación de "caballo" en tehuelche (Il Kain). Este pueblito cuenta con unas 50 familias, la mayoría proviniente de campos cercanos que, en invierno cuando terminan las clases, se vuelven a sus casas y todo queda practicamente vacio. Y es que el invierno pega duro por estos lados, mas cuando empiezan las nevadas y heladas, por los meses de junio y julio.
Para nosotros es todo un desafio, tenemos que adaptarnos a tanto frio al que no estamos acostumbrados y a su vez encontrar el valor suficiente para salir al encuentro de las familias que tienen muy poco, porque necesitan mucha leña para las estufas y aca no hay arboles, necesitan carne y son pocos los animales. Pero en la sencillez de la charla vamos entrando en calor, entre mates y panes que estamos aprendiendo a hornear para no llegar con las manos vacias adonde nos reciben y nos dan lo poco y mucho que tienen. Y asi encontramos impulso para salir de nuestra comodidad a pesar del frio, en la gente de estos pueblitos que tienden a desaparecer porque ya no hay futuro para los que quieren estudiar y se encuentran con otros mundos afuera, pero que aun conserva tanta sabiduria que ojala nos siga enseñando a compartir. Soñamos con que eso no desaparezca.
viernes, 14 de mayo de 2010
Despedidas de Neuquén
El jueves 13 de mayo partimos de Neuquén a Maquinchao (Provincia de Río Negro). Esos últimos dos días estuvieron cargados de despedidas, por parte de los adolescentes, de los niños, de las jóvenes, de las hermanas... Nos sorprendieron con pizzas, tortas, fotos, regalos, cartas. Nos sorprendieron con tanto cariño que si bien se manifestaba en otros momentos no éramos conscientes de lo que estábamos generando.
Esos vínculos creados, esos afectos, ese compartir la vida en las tareas, en las mateadas, en la oración, en las comidas, en las caminatas... esas son "aquellas pequeñas cosas" de las que nos habla Serrat, esas que quedan grabadas en nuestra memoria, que nos alimentan, nos animan, nos impulsan. Neuquén lo vamos a recordar como un lugar de experiencias hermosas, de gente maravillosa, de mucha alegría.
De algún modo en Neuquén confirmamos que este viaje vale la pena; que vale la pena arriesgarse, ir por esos sueños, seguir caminando. La ruta continúa, con muchas más nuevas paradas, donde seguro seguiremos confirmando esta opción.
sábado, 8 de mayo de 2010
Saliendo al encuentro
Una cosa es estar viviendo en un lugar rodeado de pobreza, de necesidades, de dolores. Una cosa es recibir en “tu casa” a los niños que buscan un lugar donde entretenerse, donde los apoyen con las tareas. Pero qué distinto es cuando salís al encuentro de la gente, cuando vas a sus casas, cuando te hacés parte de su lugar cotidiano.
Distintas razones y ocasiones nos permitieron salir de nuestra casa actual hacia la toma Rincón del Valle. La teníamos ahí, atrás nuestro, pero no la habíamos recorrido. Mi primer acercamiento fue al acompañar a algunos niños del apoyo escolar a sus casas. Ver las casas, cada vez menos de ladrillo y más de madera y cartón; escuchar gritos de discusiones fuertes; percibir una pobreza más sumergida… imágenes, sonidos, que van quedando en mi memoria y corazón.
Más tarde nos solicitaron colaboración para sondear si las familias estaban cobrando la Asignación Universal por Hijo, una mensualidad que el gobierno da a los padres sin trabajo formal, en la medida que los hijos estén escolarizados y controlados por el sistema de salud. Comenzamos entrevistando a las madres que iban el comedor, pero en una oportunidad tuve la posibilidad de ir hasta la casa de Carolina, acompañando a sus hijos Nacho, Facundo y Thiago. Su casa, el ranchito como ella le dice, es en la parte más alta de la barda. Está hecho de tablones de madera, en algunas partes forrados de diario para frenar el frío. No mide más de 3 metros x 3 metros, apenas entra la cama de dos plazas y la cucheta. Me recibieron, me senté, y Carolina sacó unas galletitas y preparó un mate dulce que compartimos en medio de una charla muy agradable. No soy del mate dulce, no me gusta, pero esos fueron los mates más ricos que he tomado. Porque fueron mates cargados de compartir lo poco que se tiene, de historias de vida que duelen pero que dejan entrever luces de esperanza.
Así estuvimos cerca de hora y media, en un ambiente de mucha confianza y apertura. En esa hora y media las preguntas me vinieron a la cabeza, ¿dónde estoy yo? ¿qué estoy haciendo? ¿dónde tendría que estar? ¿qué tengo yo para dar? No hice ni di nada en ese rato, más que conversar y matear. Pero fue ahí donde Dios estaba diciéndome algo, donde Jesús se hacía presente con fuerza, donde sentí que estaba yo, con lo que soy, y no disfrazada en roles y posiciones.
Volví a esa casa en otra oportunidad, y fui recibida con el mismo afecto. También pude estar en otras casas, fuera de la toma, pero casas donde el dolor atraviesa cada rincón, donde hay angustias, depresión, sentir que no se puede salir, donde parece que la vida se abandona. Y ahí uno descubre que la vida siempre vale la pena, vale aunque se quiera abandonar. Las hermanas acompañan estas vidas, esta familia, con una entrega incondicional, radical. Pude acompañarlas en alguna de las visitas, en alguna ida al hospital. Esa entrega, ese don por acompañar, ese estar cuando las necesitan, es removedor y cuestionador. Las preguntas de antes vuelven a surgir.
Parece que es el tiempo de las preguntas. Ya llegará el tiempo de las respuestas. Por el momento hago como María, voy guardando todo en mi corazón.
Distintas razones y ocasiones nos permitieron salir de nuestra casa actual hacia la toma Rincón del Valle. La teníamos ahí, atrás nuestro, pero no la habíamos recorrido. Mi primer acercamiento fue al acompañar a algunos niños del apoyo escolar a sus casas. Ver las casas, cada vez menos de ladrillo y más de madera y cartón; escuchar gritos de discusiones fuertes; percibir una pobreza más sumergida… imágenes, sonidos, que van quedando en mi memoria y corazón.
Más tarde nos solicitaron colaboración para sondear si las familias estaban cobrando la Asignación Universal por Hijo, una mensualidad que el gobierno da a los padres sin trabajo formal, en la medida que los hijos estén escolarizados y controlados por el sistema de salud. Comenzamos entrevistando a las madres que iban el comedor, pero en una oportunidad tuve la posibilidad de ir hasta la casa de Carolina, acompañando a sus hijos Nacho, Facundo y Thiago. Su casa, el ranchito como ella le dice, es en la parte más alta de la barda. Está hecho de tablones de madera, en algunas partes forrados de diario para frenar el frío. No mide más de 3 metros x 3 metros, apenas entra la cama de dos plazas y la cucheta. Me recibieron, me senté, y Carolina sacó unas galletitas y preparó un mate dulce que compartimos en medio de una charla muy agradable. No soy del mate dulce, no me gusta, pero esos fueron los mates más ricos que he tomado. Porque fueron mates cargados de compartir lo poco que se tiene, de historias de vida que duelen pero que dejan entrever luces de esperanza.
Así estuvimos cerca de hora y media, en un ambiente de mucha confianza y apertura. En esa hora y media las preguntas me vinieron a la cabeza, ¿dónde estoy yo? ¿qué estoy haciendo? ¿dónde tendría que estar? ¿qué tengo yo para dar? No hice ni di nada en ese rato, más que conversar y matear. Pero fue ahí donde Dios estaba diciéndome algo, donde Jesús se hacía presente con fuerza, donde sentí que estaba yo, con lo que soy, y no disfrazada en roles y posiciones.
Volví a esa casa en otra oportunidad, y fui recibida con el mismo afecto. También pude estar en otras casas, fuera de la toma, pero casas donde el dolor atraviesa cada rincón, donde hay angustias, depresión, sentir que no se puede salir, donde parece que la vida se abandona. Y ahí uno descubre que la vida siempre vale la pena, vale aunque se quiera abandonar. Las hermanas acompañan estas vidas, esta familia, con una entrega incondicional, radical. Pude acompañarlas en alguna de las visitas, en alguna ida al hospital. Esa entrega, ese don por acompañar, ese estar cuando las necesitan, es removedor y cuestionador. Las preguntas de antes vuelven a surgir.
Parece que es el tiempo de las preguntas. Ya llegará el tiempo de las respuestas. Por el momento hago como María, voy guardando todo en mi corazón.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)