viernes, 16 de julio de 2010

Isla de Maipo - 12 años después

El centro de Isla de Maipo (1998 y 2010)

Hace dos días salimos de Santiago con rumbo a Isla de Maipo con la intención de encontrar a la familia que me había recibido para el Encuentro Continental de Jóvenes una semana de octubre del año 1998. Habían pasado 12 años, el contacto con ellos se había cortado y no recordaba ningún nombre, ni calle, ni tenía ningún otro dato más que la foto de esta familia numerosa y muchas ganas de encontrarlos. Aun así y a pesar de la poca información, tenía mucha fe en que el reencuentro se daría.


Así es que luego de casi 1 hora y media de viaje en "liebre", pasamos de largo por Talagante y llegamos a la Isla. Ni bien nos bajamos, trate de concentrarme en algún edificio que me hiciera acordar algo, pero al principio mi memoria visual se sentía tan perdida como yo. Entonces encontramos la iglesia, y el colegio al lado que era  lo que yo más recordaba porque ahi tuvimos la mayoría de los trabajos y encuentros en aquel entonces. Pero después de tanto tiempo la iglesia tenía otro color y el colegio había sufrido muchas reformas, así que aun dudaba que hubiera sido ese el lugar donde nos recibió la comunidad de la Isla hacía 12 años. Entramos en la parroquia y preguntamos a la secretaria por algún dato, algún registro que hubiese quedado de los participantes del encuentro y sus familias. Y, claro, la secretaria era nueva y no tenía ni idea de lo que estábamos hablando. Así que nuestro primer intento detectivesco fue un fracaso.

La mina de cobre (1998 y 2010)

De todas formas un tipo más veterano nos dio la dirección de la que fuera secretaria de la parroquia en ese entonces, y ahí partimos no sin antes preguntar por el párroco y nos dijeron que ya no era el mismo, obviamente, pero que volvería a eso de las 12. Llegamos a la casa de esta Nany (la ex secretaria) pero no estaba, nos atendió su mamá que tenía pocos recuerdos de aquella época y de las actividades de su hija, y ese fue nuestro segundo fracaso. Así que volvimos a las 12 a la parroquia y ahí nos cruzamos con Victor, el párroco que apenas tendría unos 30 y pocos años. Le preguntamos y nos dijo, para mi sorpresa, que si había estado en el encuentro pero como seminarista, y que si le dábamos algún dato de la flia podría llegar a conocerla. Yo lo único que tenía era las fotos en la cámara, que por ser copiadas directamente en la memoria no me las reconoció, así que lo que quedaba era imprimirlas. El cura estaba un poco apurado porque tenía una misa en el campo, así que acordamos en que imprimíamos las fotos y nos reencontrábamos en 1 hora en la parroquia.

El rio Maipo (1998 y 2010)

Entonces fuimos a un cyber a imprimir las fotos. Pasó que en el primer cyber a la mitad de la primera foto se terminó la tinta, así que fuimos a un segundo y ahí nos cobraron el doble pero para mi la foto valía mucho más que eso. Después fuimos a almorzar, y cercano a la hora nos sentamos en la escalinata de la iglesia a aprovechar el solsito de invierno y a esperar al cura. Pero pasó la hora y pasaron varios minutos más y el cura no aparecía, y nuestra impaciencia pudo más así que decidimos salir a buscar la casa por nuestra cuenta.
Mirando hacia el rio (1998 y 2010)

Yo tenía cierto recuerdo del camino desde la parroquia a la casa, un recuerdo algo difuso que me indicaba seguir derecho por la misma calle hasta el fondo y luego doblar hacia la izquierda, así que intentamos seguir ese recuerdo aunque las cosas podrían haber cambiado mucho: la calle quizás se hubiese alargado o la casa quizás estuviese toda cambiada, o quizás ya no estuvieran ahí. Pero no perdíamos nada con intentarlo, así que llegamos al final de la calle y ahí en la esquina vimos un chalet enorme todo amurallado que parecía tener pocos años de construido, empecé a temer que todo el barrio estuviese cambiado.

Doblamos la esquina y al ver la siguiente casa no lo podía creer, ahi estábamos casi como en una película comparando la foto con la casa.. ¡Y era igual! Ahí me acerqué a un hombre veterano que estaba carpiendo en el frente y le pregunté, sospechando haberlo visto antes: ¿Ud vive aquí? ¿Se acuerda de mí?. Y al instante dijo "Erik! Tanto tiempo!" y yo me quede helado, era imposible que me reconociera tan rápido después de tanto años, con lo cambiado que estoy, y así fue. Yo estaba tan emocionado que no me salieron las palabras, y nada más nos fundimos en un gran abrazo casi como si el tiempo no hubiera pasado.

La familia Muñoz (1998 y 2010)

Entramos en la casa y siguieron los reencuentros, apenas podíamos contener la emoción, después de 12 años y se acordaban de mi como si hubiese estado ayer, de cada detalle, cada cosa que comí y no comí, lo poco que hablaba, de todo. Hasta había conservado las cartas que yo les había enviado y que ni yo me acordaba, incluso una que mis padres les habían hecho llegar agradeciendo mi estadía en su casa.

Pasamos dos días increíbles con ellos, mientras las emociones se entrecruzaban, los recuerdos volvían a aparecer y lo más fuerte era sentir que el tiempo no parecía haber afectado el afecto y el cariño de 12 años atrás, a pesar de que no tuviéramos ningún contacto. Como si lo hubiéramos guardado en un frasquito bien tapado esperando destaparse en el momento del reencuentro, y todo siguiera igual aunque los años nos fueron cambiando y madurando. Y como continuando aquella experiencia visitamos los lugares que no pudimos y tuvimos tiempo para compartir todo lo que el encuentro del 98 no previó.


Para mi fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Un momento que me confirma que a pesar de los años y las experiencias, hay algo en nuestra esencia que permanece ahí intacto, que nos permite reconocer que aquel encuentro primero fue algo real y sincero, ese Espíritu que mantiene una llama que se enciende en cada reencuentro. Son esos reencuentros los que más nos impulsan a generar más encuentros y nos llenan de vida y fuerzas para seguir este camino.

viernes, 2 de julio de 2010

Huellas de un terremoto

Pisamos tierras chilenas el viernes 28 de mayo al cruzar la Cordillera de los Andes por el Paso Mamuil Malal. Llegamos a Pucón, bajo la sombra del Volcán Villarrica, donde los cambios de moneda, de acentos y modismos al hablar nos señalaban a cada momento que estábamos en otro país. Nuestro camino siguió hacia Valdivia y, finalmente, el día 2 de junio llegamos al Gran Concepción. En nuestro andar nos encontramos con paisajes hermosos: volcanes, parques, ríos, playas... lugares para contemplar, para admirar la naturaleza.

Camino a Concepción no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar. Habíamos visto las imágenes de la ciudad luego del terremoto del 27 de febrero, habíamos escuchado en Valdivia algunas historias de aquella noche inolvidable para muchos, nos alertaban de que las réplicas continuaban; pero lo cierto es que no teníamos mucha idea de lo que eso significaba.
Una de las primeras imágenes que vimos de Concepción fue un edificio colapsado, el Alto Río, caso del cual se sigue hablando por los incumplimientos de las leyes antisísmicas por parte de la constructora. En un programa de televisión dedicado a este caso, aunque un poco sensacionalista, veíamos las pérdidas de vida y materiales que esto había significado, lo que fueron las operaciones de rescate, el dolor que aun perdura en quienes habitaron ese edificio recientemente construido y que prometía una estabilidad que no fue tal.

Los efectos del terremoto se ven en la ciudad, en algunos otros edificios que también deberán ser demolidos, en espacios vacíos que un día fueron construcciones, en las calles aun rotas. Pero los efectos más fuertes, que no están en la ciudad de Concepción sino en comunas aledañas, son los del maremoto.

En la comuna de Talcahuano, donde nos recibió el Padre Nino y, junto con él, jóvenes de la Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis (varios de los cuales nos han recibido en sus casas estos días), pudimos recorrer el sector Santa Clara. Allí el mar levantó casas enteras, contenedores y barcos que terminaron en tierra firme. Junto con personas de la comunidad caminamos por el barro que abunda en las calles. Se veían las "mediaguas" de emergencia que entregó el gobierno y también otras que fueron aportadas por la comunidad católica de la zona. Muchos voluntarios de distintos lados trabajaron en la construcción.

En Caleta Tumbes, zona de pescadores, las casas costeras casi no existen. El mar las levantó y en su lugar hay hoy "mediaguas". Y los botes... destrozados.

En Dichato recibimos el mayor impacto. Enseguida uno puede visualizar los rastros de lo que fue y ya no es. Se ven los pisos de baldosa de lo que fueron casas, fachadas que no contienen nada detrás, baños aislados que quedaron en pie... Un panorama desolador.

Nuestros ojos registraron muchas imágenes, nuestros oídos escucharon mil y una historias de lo vivido la noche del terremoto y maremoto. La gente quería compartir su historia, y nosotros queríamos escucharla. La experiencia fue una invitación al desprendimiento, a no aferrarse a los bienes materiales, a reencontrarse con lo más importante de la vida, que es la vida misma. Como cada vez que sucede una catástrofe de este tipo, los más afectados son los pobres. Y, como leí en un libro sobre las comunidades de El Salvador en los años '70, ellos son el lugar privilegiado para leer lo que Dios nos está diciendo.