Hay momentos en la vida en los que inevitablemente nos preguntamos esas cosas que parecieran van a definir nuestra vida: la profesión, el trabajo, la familia... Y uno se va respondiendo, va dando un paso y luego otro, todo de manera relativamente ordenada. Pero a veces llega un punto donde las preguntas confluyen en una sola, y las opciones posibles ya no son identificables porque son muchas, y las seguridades y certezas se evaporan. Porque la gran pregunta es "con mi vida ¿qué?", y la única certeza es que "así no".
Es en ese punto en el que me encuentro. Agradecida con lo que me ha tocado y con lo que he elegido vivir, con las opciones, las experiencias y los encuentros. Y desde eso que soy, en mi esencia y en mi historia, es que descubro que quiero vivir mi vida de otra manera. Descubro un llamado, una invitación de Jesús a hacer en mi vida el proyecto del Padre, un proyecto que "va por otro lado".
Quiero vivir mi vida inserta en la realidad, encarnada en el mundo de los más pobres y desfavorecidos, desde una propuesta netamente comunitaria, con Jesús en el centro. Esa es la certeza. Y por esa certeza quiero animarme a dejar aquellas cosas que hasta hoy han sido mis seguridades: el trabajo, la familia, el lugar donde vivo, los diversos espacios de inserción. No se trata de dejarlos porque reniegue de ellos, ni porque de por sí crea que no van con el proyecto de Dios para mi vida. Quiero dejarlos porque en ese despojarme creo poder hacerme más libre. Más libre para elegir el camino que Dios me propone, más libre para luego tomar aquellas cosas que me sirvan para el fin para el cual fui creada, como decía San Ignacio.
Me abro así a un nuevo tiempo de búsqueda. Un tiempo para encontrarme con Dios en ese lugar privilegiado en el que él eligió ser encontrado: los pobres. Un tiempo para empaparme de distintas realidades, de distintas experiencias, de distintos dolores y sueños. Un tiempo para descentrarme, para no ser "yo" el objeto de mis preocupaciones e inquietudes, sino el otro. Un tiempo para ir al encuentro de los que están fuera del camino, como nos invita la parábola del buen samaritano.
En este tiempo se enmarca en mi vida este viaje por América del Sur. Podría ser una aventura, en algún sentido lo es; pero es ante todo un camino de discernimiento. Un camino para descubrir el modo concreto de vivir ese llamado de Dios. Un camino para descubrir cómo, dónde, con qué, con quién. Un camino... no una meta.
Me siento como Jesús a punto de partir hacia el Jordán. Se despide de su madre, de su casa, de su ciudad, para caminar hacia el río. Sin grandes certezas, con inquietudes, con interrogantes, en plena búsqueda, emprende un camino que lo llevará al lugar donde finalmente será bautizado por Juan, confirmando el camino hecho, abriendo el tiempo de hacer su misión. Yo estoy en la puerta de la casa, con la decisión a cuestas, esperando para dar los primeros pasos. Es el punto en el que también aparecen los miedos, las dudas... ¿será por acá? ¿tanto tiempo? ¿dejar tanto? No es claro el camino ni adonde lleva. Sólo es claro que, aun en medio de esos miedos, es el camino que hoy quiero recorrer.
Male
1 comentarios:
re lindo male!!
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