"Si quieres ser perfecto, deja todo y ven y sígueme" algo así le decía Jesús al joven rico. ¿Cuántas excusas habré puesto tantas veces al leer este pasaje? Muchas veces me he preguntado porqué hay enseñanzas de Jesús que se toman muy literalmente (y se defienden a capa y espada) y porque hay otros que relativizamos tanto, pero no es de lo que quiero hablar ahora.
El proceso de un día empezar a pensar, con verdadera consciencia, en un "dejar todo" empezó a vislumbrarse en mi viaje a Bolivia. Seguramente había algo interno trabajando hace tiempo, pero surgió a la luz entre conversaciones comunitarias. Algunas conversaciones traian consigo comentarios flexibles -"Yo a mis 60 estoy mucho más atado que vos..."- otras, fiel a su estilo, eran mucho más radicales -"No es tiempo de atarse, sino de desatarse". Ambas tuvieron un gran efecto en mi, y no podía dejar de preguntarme: ¿Es lo que realmente quiero asegurarme el futuro? ¿Son la carrera, la vivienda, realmente las cosas que necesito asegurar? ¿Qué pasa con mis sueños de felicidad? ¿Seré más feliz en un futuro estable o en la incertidumbre del lugar donde quiero estar?
Y mientras me bombardeaban las preguntas, fui descubriendo las alegrías de andar sin ataduras. Una de las cosas más increíbles es, al tener poco, valorar cada encuentro, cada momento, cada regalo, cada comida como el mejor o las mejor de todas. Eso que te hace decir: "No tenemos nada, pero tenemos Todo" como decía Nacho. Es que recibir algo, por más pequeño que sea cuando te despojas de todo, es recibir algo perfecto. Sólo así es que se entiende la felicidad de Wilson y Enrique (en la foto) que te dejan sin palabras de la emoción. Porque así como me hace de feliz el recibirlo, mejor me prepara para darlo y multiplicar la felicidad con otros.
Y lo que más me atrapa, es la libertad de andar sin ataduras, sin compromisos, sin cronogramas, sin esquemas, para poder estar donde siempre donde más se necesita, para estar disponible en todo momento a la llamada del Flaco. No se trata de desligarse de las responsabilidades, sino por el contrario, de estar 100% disponible a lo que Dios soñó para mí.
Llegó la hora de desatarse, y hoy espero que sea por mucho tiempo...
1 comentarios:
En el libro que estoy leyendo (La compasión en la vida cotidiana, de Nouwen y otros) se habla del desplazamiento voluntario como estilo de vida característico del discipulado. Ese desplazamiento implica dejar de estar en el mundo como objeto de interés, de competencia, de éxito, para entrar en el mundo desde la igualdad, la ocultación, la compasión.
Para mí es toda una exigencia, porque son muchos los aspectos de mi vida que siento que necesitan reubicarse, colocarse desde otro lugar. Y siento que no vale unas cosas sí y otras no, siento que el desplazamiento tiene que ser con toda mi persona. Cómo me cuesta dejar ser a Dios en mi vida, dejarlo hablar, dejarlo actuar, y no imponer mis deseos, mis posturas, no figurar.
Desplazarse, desatarse, es dejar a Dios entrar de lleno en nuestras vidas para que seamos lo que él quiere, que estemos donde él nos llama, que hagamos lo él que nos pide. Desatarse... para atarse a su voluntad.
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